El perdón es una de las habilidades clave de la vida espiritual porque, cuando perdonamos a otra persona, podemos dejar atrás el pasado y comenzar una nueva vida. En ausencia de perdón, siempre estamos atrapados en el mismo círculo y a merced de la misma cantinela: "quien hizo qué a quien".
El perdón es una capacidad que todo ser humano alberga en su corazón. El perdón no consiste en olvidar lo que ocurrió. Cuando ofrecemos nuestro perdón, también podemos decir que lo que ocurrió estuvo mal, que jamás permitiremos que vuelva a suceder...
Es importante entender que la práctica del perdón es precisamente eso, una práctica, lo que significa que podemos intentarlo cincuenta, cien o más veces antes de desarrollar, en nuestro corazón, una verdadera sensación de perdón. Algunas fases del proceso pueden ir acompañadas de rabia e indignación, mientras que otras pueden comportar amargura y aflicción. A veces, durante este proceso nos damos cuenta, por primera vez en toda nuestra vida, de la ira con la que cargamos y de la profundidad de nuestro dolor.
El perdón expresa, en cierto modo, la decisión interna de no seguir cargando con el odio, porque nos hemos dado cuenta de que nos envenena.
Hay un lugar en todos nosotros que anhela el amor, que aspira a sentirse seguro y que quiere tratar respetuosamente a los demás y a uno mismo. Pero a veces las viejas heridas y el sufrimiento permanecen ocultas bajo capas y capas de miedo y cinismo con que tratamos de protegernos del daño infligido.
Se cuenta una historia sobre un ex prisionero de la Guerra del Vietnam que, después de muchos años, se encontró con otro ex prisionero y le preguntó:
-¿Has perdonado ya a tus carceleros?
- ¡No, nunca lo haré! - le respondió el otro.
- ¡Pero eso significa que todavía te tienen prisionero! ¿No te parece?
ES IMPORTANTE ENTENDER QUE EL PERDÓN AFECTA MÁS A LA PERSONA QUE LO OFRECE
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